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Por: Dr. Ruthmarie Hernández-Torres Ph.D
• La inseguridad alimentaria, definida como la disponibilidad limitada o incierta de alimentos nutricionalmente adecuados y seguros, es una preocupación creciente en los Estados Unidos, especialmente entre las poblaciones vulnerables. La situación es aún más alarmante en Puerto Rico, donde se estima que el 40% de los residentes y el 56% de los niños experimentan inseguridad alimentaria, superando el promedio nacional del 10.4%. El impacto del huracán María, que devastó el 80% de los cultivos de la isla, y la gran dependencia de las importaciones de alimentos (85%) contribuyen a precios más altos y al acceso limitado a alimentos frescos y saludables. La pandemia de COVID-19 agravó aún más estos problemas, aumentando la inseguridad alimentaria en la isla del 38% al 40% entre 2019 y 2020 debido a las interrupciones en la cadena de suministro y las dificultades económicas.
Las consecuencias de la inseguridad alimentaria van más allá del hambre. Las investigaciones indican una fuerte asociación entre la inseguridad alimentaria y el bajo rendimiento cognitivo, el aumento del estrés y los comportamientos alimentarios disfuncionales. Un estudio reciente encontró que los adultos con inseguridad alimentaria tenían probabilidades significativamente mayores de participar en la alimentación emocional y patrones de alimentación no saludables. Estos comportamientos dietéticos contribuyen a enfermedades crónicas como la diabetes, la hipertensión y la obesidad, lo que agrava aún más la carga de una población ya vulnerable.
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